Quiero empezar este texto, refiriéndoles un caso: un día me encuentro en mi espacio de trabajo, cuando de pronto timbra mi celular, es Karina de 39 años, quien desea ayuda psicológica para su hijo Peter de 7 años. En el colegio, la profesora de curso le ha informado que Peter no respeta normas, ni límites y que golpea a sus compañeros aunque académicamente tiene buen rendimiento. Karina me informa que si al terminarse la pandemia y retornar a las aulas, Peter no ha pasado por un proceso psicológico el colegio tomará medidas para recibirlo. Acordamos la cita y como siempre, mis primeras sesiones se hacen en casa de la familia del niño, asisto allá el primer día. Inicio la entrevista con la madre, está consternada porque ella sabe que es responsable de muchos de los comportamientos del niño. Entonces me cuenta que a ella le cuesta controlar sus emociones y que hace unas semanas Peter cometió una falta, y ella inmediatamente lo golpeó en la cara, le sacó sangre y al día siguiente habían hematomas. Era la primera vez que lo golpeaba de esa manera, pero siempre había usado el castigo físico y los regaños fuertes para corregirlo. Por otra parte, expresa que Peter es hijo de su primer matrimonio con quien vivió algunos años y con quien tuvo una relación conflictiva en presencia de su hijo; además vivían con dos hijos más de Fercho, padre de Peter y a quienes él adoraba; pero un día todo acabó y Peter quedó solo en casa con su madre. A los pocos meses, Karina rehace su vida con Max y al poco tiempo tienen una bebé, Sara...
Después de escuchar gran parte de la historia, le pregunto a Karina sobre la permanencia de Peter a diario frente a las pantallas (pregunta que en estos tiempos para mí como terapeuta es fundamental, y no puede obviarse en mi entrevista inicial); entonces me responde que su abuela le compró una tableta y que tiene ex box, y que mientras ella se conecta a las reuniones él está en clase, pero que en cuanto termina horario escolar, juega hasta la noche; es decir que no tiene claro cuanto tiempo pasa al día frente a éstas; a lo mejor son 8 o diez horas, ¿tal vez?...
Luego continúo la primera sesión con Peter. Ya ustedes saben que mi metodología de intervención está basada en la lectura de cuentos sin ilustración. Empiezo leyéndole, y al terminar la historia le pregunto cómo le pareció; entonces empieza a referirme lo ocurrido con su madre (golpe en la cara), la partida de sus hermanos y sobre cómo los extraña, la separación de sus papás y el poco tiempo que pasa con Karina porque ella trabaja mucho. Le pregunto a él también sobre la permanencia frente a las pantallas y expresa que no tiene nada más que hacer en el apartamento.
A partir de esta primera sesión, tanto con Karina, como con Peter, logré identificar que existían diferentes situaciones que estaban afectando al niño: duelo no resuelto por separación de sus padres y por la partida de sus hermanos, especialmente de su hermano mayor, a quien no ha vuelto a ver hace ya dos años, relación distante con su madre por la manera como ella resuelve las situaciones y por la ausencia en la vida de Peter, aunque permaneciera en casa todo el día, pero centrada en su trabajo y en su bebé de casi un año. Por todo esto, continúo el proceso indicando a Karina que se debe disminuir como primera medida de manera paulatina las horas de permanencia de Peter frente a las pantallas. Ella muy dispuesta, sigue las indicaciones hasta que logra en dos meses de iniciado el proceso, retirarlo de las pantallas hasta dejar solo el fin de semana una o dos horas máximo; también se propone empezar a sacar espacios para compartir con su hijo y se continúa con el proceso psicológico a la madre, al niño una vez por semana y Peter asiste a Danza como complemento a la intervención también una vez por semana.
Pasados 4 meses de iniciado el proceso de intervención la vida de Karina y Peter ha cambiado, ya se comunican e interactúan más, acuden a las canchas y juegan fútbol, Peter hace manualidades en casa con el acompañamiento de su mamá, le está encontrando amor a la danza cuando antes expresaba que eso era para niñas, comprende y analiza con mayor facilidad la lectura de las historias; sin embargo, aún se continúa trabajando en la verbalización de sus emociones, tal cuál como ocurren en la realidad, y no como él desea que sean.
Este caso me ha permitido comprobar que la lectura y el movimiento son una gran alternativa para que niñas y niños se alejen de las pantallas, y encuentren en esta manera de intervención, la forma de superar sus situaciones emocionales y conflictos familiares; por todo esto, los invitamos mamá, papá y familia si están atravesando por una situación similar a la de Karina y Peter a hacer parte de DANZAR, un Centro de Psicoterapia Infantil, donde hacemos de la Danza un proceso complementario a la Psicoterapia Infantil.
Escrito por: Sandra Rueda
Psicóloga
Especialista en Neuropsicología Infantil
Magíster en Diseño, Gestión y Dirección de Proyectos
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